Opinión | A la intemperie

Batalla de restaurantes

Ni somos tan malos, ni se come tan mal en Badajoz

Batalla restaurantes

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No sé si vieron 'Batalla de Restaurantes', el programa de Chicote. Yo, sí. Desde antes. Que desde que supe que discurría en Badajoz estuve pendiente. Aquí, en Murcia, en cuanto oigo la palabra Badajoz me alerto. Y quien dice Badajoz, dice Cáceres. Mi doctora, aquí en Murcia, está encantada de conocer Cáceres. Quiere volver a Cáceres. En realidad, quiere volver a Atrio. A comer en Atrio y en los demás. Así, en la distancia, para mí, es un orgullo. Me siento orgulloso de los extremeños, de los de arriba y de los otros. Que no todo es Atrio. Del señor que va a caballo y de los cuadrilleros que le acompañan; que en la guerra del dar de comer todos se juegan el bigote. Vuelvo… ¿vieron el programa de marras?

Toda mi ilusión se la tragó el sumidero primero del espanto y luego de la pena. No lo niego. Aunque también es evidente que el tal programa no vino a ensalzar la buena mesa de Badajoz, no es esa su fórmula. Como otros muchos programas de televisión de los tiempos que corren busca las emociones más que los saberes. Las emociones, no importa cuáles. La bronca más que los sabores… A más bronca, más se habla (y más se escribe). Y para conseguirlo es necesario sacrificar en el altar de la televisión cuatro corderos como víctimas propiciatorias.

Batalla restaurantes

Batalla restaurantes / L.S.

Si tengo respeto por alguna profesión es por la de mesonero. En realidad, por cualquiera que se deja los cuernos en lo que hace, pero por los mesoneros más. Lo suyo tiene mucho mérito; en la cocina, en la barra, en la sala, en el mercado, en el banco y hasta en la AEAT y en la TGSS. Y aún así, heridos cada día, son capaces de medio sonreír. Tiene mérito, aunque no se trate de Atrio. Aunque nadie vaya ni venga de Murcia a comer en tu restaurante.

En alguno de esos restaurantes he comido, y no he comido mal. Sin embargo, la ventolera cainita que se me colaba por el televisor fue heladora. No es así Badajoz, ni sus mesas ni su gente. Algo, como en el callejón del gato, estaba deformado. O, al menos, Badajoz no es solo eso, que un mal día o una mala palabra o un mal plato lo tenemos todos

El caso es que por un motivo o por otro la estampa de los restaurantes pacenses fue calamitosa. Y vergonzante. Así, en conjunto, como para salir huyendo. Fue una ruleta sinfín de malhadadas descargas eléctricas. Que digo yo que en su presentación, así, tan descarnada y cruda, algo tendrá que ver el montaje. No digo que no sucediera, pero sí que algo más sucedería. Que ni somos tan malos, ni se come tan mal en Badajoz. No, no se come mal en Badajoz. Ni en los restaurantes de batalla, ni en los encopetados, que de todo hay. Aunque también es evidente que los restaurantes más afamados no se prestan a este enredo televisivo, a esta emboscada de bucanero inglés.

Visto desde Murcia casi lloro. En alguno de esos restaurantes he comido, y no he comido mal. Sin embargo, la ventolera cainita que se me colaba por el televisor fue heladora. No es así Badajoz, ni sus mesas ni su gente. Algo, como en el callejón del gato, estaba deformado. O, al menos, Badajoz no es solo eso, que un mal día o una mala palabra o un mal plato lo tenemos todos. Nadie está libre ni de los estragos de un mal chorro de vinagre de Módena ni de las tormentas que azotan más allá del raja y pela. Faltó piedad (al parecer la fórmula del programa la excluye). No, no nos merecemos semejante bochorno. No somos los más guapos, pero tampoco los más feos. Algunos de esos restaurantes saldrán adelante, otros quizá no, pero ninguno de ellos está condenado a otra pena que no sea la de volver a la pelea.

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